A la mañana siguiente me desperté a eso de las diez de la mañana, tumbada en el sofá. Era tardísimo, había dormido bien, la verdad que lo necesitaba. Mi madre siempre me enseñaba que tenía que madrugar, que era bueno, pues así te cundía mucho el día. Bah, pero ese día no tenía ganas. Era lunes, un día soleado de muchísimo calor y aun seguíamos en Junio. Bueno, ya terminando Junio.
Recordé que por la mañana tenía que pasarme por el colegio, por si había trabajo aunque me hubieran dado las vacaciones tenía que planificar la programación anual del año que viene, y de paso saludaba a mis compañeros.
Así que con mucha pereza me levanté, me duché y me vestí, algo sencillo y fresquito, no tenía muchas ganas de arreglarme. Unos pantalones cortos blancos, una camiseta básica de tirantes roja y unas chanclas atadas al pie. No desayune, no tenía hambre, como estaba siendo habitualmente común en mi. Apenas comía ya. El nudo en el estomago no desaparecía.
Antes de irme arreglé la habitación, la cocina, me pinté solo los labios, pues no tenía si quiera ganas de maquillarme, cogí el bolso y salí por la puerta dejando allí a Luna tumbada al lado del sofá con su comida al lado.
En la calle apenas corría una brisa de aire fresco y eso que aun eran las diez y media de la mañana, pero que me diera la luz del sol me venía bien pues el día anterior no había salido de casa y me sentía encerrada. Paseaba por las calles tranquilamente, sin prisa pero sin pausa, observando todo lo que me rodeaba, como las mujeres amas de casa compraban en el súper la fruta y el pescado fresco, como la gente tomaba su café en los veladores o en los bares. Pasé por el parque y me quedaba embobada viendo jugar a los pocos niños que había. Esbocé una pequeña sonrisa al verlos. Eran tan encantadores, ojala algún día llegue a ser madre, aunque a este paso… Y así volvía a pensar en todo lo malo que me estaba sucediendo y a agachar la cabeza mientras llegaba al colegio.
La mañana pasó amena, charlando con mis compañeros y recordando anécdotas con los niños. Terminamos de ordenar papeles y ficheros para dejarlo preparado para el próximo curso.
A la una aproximadamente me fui andando para casa y recordé que por la tarde había quedado con Carlos. Bueno al menos me había olvidado de todo lo malo por una mañana y había logrado sonreír recordando buenos momentos. Los pocos buenos momentos que tenía y me quedaban.
Pensando en todo esto tropecé con alguien y casi me caigo al suelo, gracias a que aquella persona me sujeto. Cuando me di cuenta noté que aquel olor me resultaba familiar, así que le miré a los ojos y logré ver de quien se trataba.
No, lo que me faltaba.
- ¿Mar… Marcos?- dije tartamudeando y sin creerme que estuviera en brazos de él para evitar mi caída.
Otra vez volvía a encontrarme a Marcos por aquella calle, como el primer día, pero ahora no era lo mismo. Él después de aquella noche, se había cabreado muchísimo conmigo y lo entendía. Lo que no llegaba a entender era porque me estaba mirando con esa sonrisa tan cariñosa, pero a la vez maléfica, como si quisiera transmitirme algo con la mirada. Mi cara era de duda, de miedo a no saber qué decir, de arrepentimiento, de culpabilidad. Mi cuerpo gritaba por dentro un ¡lo siento! Pero mi boca no era capaz de articular palabra. Tenía la cabeza cabizbaja, me sentía mal, inferior, no era capaz de mirarle a los ojos después de lo que le había hecho. Así que con tanto silencio él se decidió a hablar.
- Hola, perdona no miraba por donde iba- me dijo de forma fría y distante soltándome de entre sus brazos.
- No, yo iba pensando en otras cosas, lo siento.
- Bueno, me voy, tengo prisa- me decía intentando evitar mi mirada y con una cara de enfado impresionante.
Dios mío, ahora si que me sentía mal. Marcos no era el de antes, cariñoso, amable. Quería decirle algo disculparme por lo que pasó, así que antes de que se marchara logré cogerle del brazo y pararle.
- Espera Marcos, yo quería… Bueno, pedirte perdón por lo que paso- le dije cabizbaja mientras mis ojos empezaban a ponerse vidriosos- Siento lo de aquella noche, yo no quise hacerte daño, esa no era mi intención, no sé lo que me pasó, me deje llevar. Me arrepiento muchísimo.
- Ya claro, ¿ahora te arrepientes?- me preguntó retóricamente- ¿Y por qué no lo pensaste antes de hacerlo? ¡Eh venga dime, porque sabias de sobra que yo te quería, que desde pequeño me enamoré de ti y aun así jugaste conmigo!- me decía a gritos.
Todo el vecindario debió enterarse con los gritos que me daba. Aquellas palabras de Marcos se me clavaron en el pecho como puñales. Jamás le había visto así de furioso, parecía que fuera a levantarme la mano y pegarme. La verdad que me lo merecía, después de todo le había fallado hasta como amiga. No sabía que decirle, no sabía que tenía que pedirle para que me perdonara, para aunque fuera, hacer las cosas bien por una vez en la vida. Solo podía llorar y llorar, y el llanto no me dejaba hablar.
- Yo…, yo…- decía sollozando- Marcos, por favor, no te vayas, no me gusta que estés así por mi culpa. Tu, ya no eres el mismo- le dije como pude mientras mi llanto seguía sin cesar.
- ¡A lo mejor tú has provocado que ya no sea el mismo! ¡Me has hecho que jamás pueda volver a enamorarme de nadie ni a tener esperanzas ni nada! Cada vez que me guste alguna chica pensaré que es como tú de fría y egoísta. No te mereces mi perdón Elena, me has defraudado. Lo siento. Adiós.- dijo marchándose y soltándose del brazo lanzándome una mirada que mataba.
“Si las miradas matasen”- pensé.
Marcos. Un gran amigo desde la infancia, le había perdido por ser caprichosa, por no aclararme, por una noche de alcohol. Nunca me perdonaría aquello, ni él, ni yo. Ni yo misma me lo perdonaría, había caído muy bajo. Veía como Marcos se alejaba poco a poco.
Seguía ahí parada como una estatua en medio de la cera, boquiabierta, llorando. Me sentía hundida, pisoteada, miserable, débil. Un nudo en la garganta me impedía articular palabra. La cabeza me daba vueltas, lo veía todo doble. Empecé a sentir una sensación de mareo y miré por última vez como se alejaba Marcos. Caí al suelo redonda e inconsciente. No podía más, aquella pesadilla me estaba pasando factura a mi cuerpo, necesitaba tranquilidad y la paz que se respiraba en aquella oscuridad me encantaba. Ya no pensaba, ya no me costaba respirar, ahí todo era felicidad.
Lo último que recuerdo fueron unas voces extrañas pidiendo ayuda.